Concluiamos la primera parte con la pesimista visión de que los mejores están pasando a ser la clase marginal del siglo XXI, y damos comienzo a esta segunda parte con la no más halagüeña afirmación siguiente: No sólo hay marginación, sino que la cualidad y calidad individuales están perseguidas y castigadas, así pues, osados y valientes los que se atrevan. Y da la feliz casualidad de que un par de kamikazes culturales, primos a la sazón, han tenido la vergüenza torera y la decencia de desempolvar sus libros y manuales para airearlos y que les dé la luz, no sea que se pudran, porque todo aquel conocimiento que tarde o temprano no ejerza una influencia directa o indirecta sobre la realidad, está condenado en última instancia a ser un saber muerto e inútil, salvo que posea una bella encuadernación. ¡ Y va el gremio de los mediocres y se ofende! porque desinteresada y honorablemente, Don Francisco Sanz y Don Miguel Sanz se presentan con la ley en la mano para impedir un horrendo atentado contra el patrimonio, el sentido común y el más elemental buen gusto. Lo único que han ganado con ello estos dos caballeros ha sido convertirse en las las víctimas de la segunda falacia que completa la pareja... El Argumentum ad Hominem; y es que tristemente, la única "razón" esgrimida por los detractores de su acertada y certera intervención, no ha sido otra que la descalificación y el ataque personal para de este maquiavélico modo intentar hacer perder en peso a tan autorizada y fundamentada opinión.
Por ello desde Mil Novecientos queremos mostrar nuestro incondicional apoyo en tan justa causa.
jueves, 2 de julio de 2009
¡Una de Falacias informales! , por favor...I
Si uno enciende la televisión a partir de la una del mediodía, lo normal es que se encuentre con mesas de debate y opinión en al menos dos de cada tres cadenas. En un principio no tenemos absolutamente nada encontra de estos espacios televisivos, es más, creemos que es sano y productivo que la "caja tonta" reserve unos minutos en su parrilla a la discusión política, social, deportiva y cultural, ya que se trata de una forma más o menos crítica que obliga al espectador a enfrentarse a la realidad como problema en lugar de simplemente dejarla pasar.
Ahora bien, nuestros reparos surgen cuando aquellos que toman asiento en su escaño televisivo optan por el monólogo como forma de comunicación y parten a su vez del monolitismo ideológico como argumento y premisa fundamental de su discurso. A esta intransigencia del " a priori" hemos de sumarle otro fenómeno no menos preocupante y que es la primera de las falacias del tándem que da título a estas líneas, ésta no es otra, que El argumentum ad verecundiam. Quién de nosotros no ha caído alguna vez en la trampa de defender un hecho o una idea con la ya, por desgracia, tópica frase " que sí, que lo he visto en la televisión". Para disgusto de unos y disfrute y alegría de otros la sociedad occidental ha adoptado una pueril credulidad con respecto a todo aquello que nos llega a través de la televisión, hasta el punto de covertirse ésta, en un elemento casi incuestionable en materia de autoridad moral e intelectual. Este error falaz sobredimensiona su peligro si tenemos en cuenta que vivimos en un mundo globalizado y lo que es aún peor, masificado, es decir, la información mediática controla y dirige la capacidad crítica de los individuos vaciando ésta en la nada cultural de los tópicos y los lugares comunes, sustituyendo así y de forma gradual, la idea de pueblo por la noción amorfa de masa.
El monstruoso fenómeno de la falacia por autoridad aplicado a la televisión no se restringe a ésta, sino que se extiende por todos y cada uno de sus profetas, de modo que la "bestia" toma las más variopintas formas humanas. Como fatal consecuencia merecida, tenemos a auténticos ignorantes y cantamañanas sentando cátedra a cerca de asuntos de una importancia vital para nuestra civilización, mientras que aquellos que sí han ganado con su esfuerzo y brillantez el derecho a ser escuchados y tenidos en cuenta permanecen en el más aciago de los ostracismos por obra y gracia de la erudita pero inculta sociedad de la información.
Ahora bien, nuestros reparos surgen cuando aquellos que toman asiento en su escaño televisivo optan por el monólogo como forma de comunicación y parten a su vez del monolitismo ideológico como argumento y premisa fundamental de su discurso. A esta intransigencia del " a priori" hemos de sumarle otro fenómeno no menos preocupante y que es la primera de las falacias del tándem que da título a estas líneas, ésta no es otra, que El argumentum ad verecundiam. Quién de nosotros no ha caído alguna vez en la trampa de defender un hecho o una idea con la ya, por desgracia, tópica frase " que sí, que lo he visto en la televisión". Para disgusto de unos y disfrute y alegría de otros la sociedad occidental ha adoptado una pueril credulidad con respecto a todo aquello que nos llega a través de la televisión, hasta el punto de covertirse ésta, en un elemento casi incuestionable en materia de autoridad moral e intelectual. Este error falaz sobredimensiona su peligro si tenemos en cuenta que vivimos en un mundo globalizado y lo que es aún peor, masificado, es decir, la información mediática controla y dirige la capacidad crítica de los individuos vaciando ésta en la nada cultural de los tópicos y los lugares comunes, sustituyendo así y de forma gradual, la idea de pueblo por la noción amorfa de masa.
El monstruoso fenómeno de la falacia por autoridad aplicado a la televisión no se restringe a ésta, sino que se extiende por todos y cada uno de sus profetas, de modo que la "bestia" toma las más variopintas formas humanas. Como fatal consecuencia merecida, tenemos a auténticos ignorantes y cantamañanas sentando cátedra a cerca de asuntos de una importancia vital para nuestra civilización, mientras que aquellos que sí han ganado con su esfuerzo y brillantez el derecho a ser escuchados y tenidos en cuenta permanecen en el más aciago de los ostracismos por obra y gracia de la erudita pero inculta sociedad de la información.
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