Si uno enciende la televisión a partir de la una del mediodía, lo normal es que se encuentre con mesas de debate y opinión en al menos dos de cada tres cadenas. En un principio no tenemos absolutamente nada encontra de estos espacios televisivos, es más, creemos que es sano y productivo que la "caja tonta" reserve unos minutos en su parrilla a la discusión política, social, deportiva y cultural, ya que se trata de una forma más o menos crítica que obliga al espectador a enfrentarse a la realidad como problema en lugar de simplemente dejarla pasar.
Ahora bien, nuestros reparos surgen cuando aquellos que toman asiento en su escaño televisivo optan por el monólogo como forma de comunicación y parten a su vez del monolitismo ideológico como argumento y premisa fundamental de su discurso. A esta intransigencia del " a priori" hemos de sumarle otro fenómeno no menos preocupante y que es la primera de las falacias del tándem que da título a estas líneas, ésta no es otra, que El argumentum ad verecundiam. Quién de nosotros no ha caído alguna vez en la trampa de defender un hecho o una idea con la ya, por desgracia, tópica frase " que sí, que lo he visto en la televisión". Para disgusto de unos y disfrute y alegría de otros la sociedad occidental ha adoptado una pueril credulidad con respecto a todo aquello que nos llega a través de la televisión, hasta el punto de covertirse ésta, en un elemento casi incuestionable en materia de autoridad moral e intelectual. Este error falaz sobredimensiona su peligro si tenemos en cuenta que vivimos en un mundo globalizado y lo que es aún peor, masificado, es decir, la información mediática controla y dirige la capacidad crítica de los individuos vaciando ésta en la nada cultural de los tópicos y los lugares comunes, sustituyendo así y de forma gradual, la idea de pueblo por la noción amorfa de masa.
El monstruoso fenómeno de la falacia por autoridad aplicado a la televisión no se restringe a ésta, sino que se extiende por todos y cada uno de sus profetas, de modo que la "bestia" toma las más variopintas formas humanas. Como fatal consecuencia merecida, tenemos a auténticos ignorantes y cantamañanas sentando cátedra a cerca de asuntos de una importancia vital para nuestra civilización, mientras que aquellos que sí han ganado con su esfuerzo y brillantez el derecho a ser escuchados y tenidos en cuenta permanecen en el más aciago de los ostracismos por obra y gracia de la erudita pero inculta sociedad de la información.
jueves, 2 de julio de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario